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Veíamos que nuestra hija estaba a veces muy triste. #COMPARTETUHISTORIA

Es difícil retrotraerse al principio de la enfermedad porque ahora sé muchas cosas que entonces ignoraba. Una de las cosas que creo que es importante transmitir es que, si bien los trastornos de la alimentación tienen muchas cosas en común, la forma de afrontarlos es única para cada persona y sus vínculos afectivos.

En nuestro caso, tuvimos suerte porque fue nuestra hija quien pidió ayuda cuando estuvo muy mal, pero lamentablemente, tuvo que llegar a estar muy mal porque a pesar de que veíamos que no estaba bien, nuestro desconocimiento de la enfermedad no nos permitió reaccionar de manera efectiva.

Veíamos que nuestra hija estaba a veces muy triste, a veces nos hablaba mal, no salía con sus amigos como antes y tenía muchos problemas con las comidas.

En ese momento, no se nos había pasado por la cabeza que Carmen tenía un TCA. Ella había manifestado varias veces que quería perder peso. No compartíamos su opinión, pero no nos había parecido muy raro en una chica de 16 años, teniendo en cuenta que vivimos, sobre todo las mujeres sometidas a la presión de estar delgadas. No quiero contar aquí los detalles del recorrido que hicimos con Carmen desde los inicios, si podemos encontrar tal cosa, de su enfermedad. Pero comento esto para hacer hincapié en que hay muchas de las actitudes de las personas que sufren TCA que están incorporadas de manera normal a nuestra forma de vida. De hecho, muchas de esas actitudes son premiadas en nuestra sociedad y cuando Carmen se levantaba 3 veces por semana a las 7 de la mañana para correr 4 Km antes de ir a la escuela, nos maravillábamos por su fuerza de voluntad.

Cuando finalmente vimos que estas actitudes eran, como mínimo exageradas, empezamos a buscar ayuda. Como dije al principio, en el caso de Carmen, esa parte fue más fácil porque al mismo tiempo que nosotros nos empezamos a plantear que necesitábamos ayuda profesional, ella también lo pidió.

El recorrido que hicimos hasta llegar a ITA duró 2 años. Al principio parecía que iba mejorando en algunos aspectos, tenía problemas para comer, pero se mantuvo en normo peso durante un tiempo largo. El comienzo del bachillerato fue muy difícil, Carmen siempre había sido muy exigente pero nuestra vida se convirtió de pronto en noche tras noche acompañarla mientras hacía sus trabajos y lloraba, tratar de consolarla y no poder. No encontrábamos la forma de ayudarla. Tengo que admitir que, aunque nos parecía que el grado de exigencia de Carmen con sus estudios no era nada bueno, nos alegábamos cada vez que venía a casa con sus buenos resultados. En el verano entre primero y segundo de bachillerato, Carmen viajó a Estados Unidos para hacer su TDR (no le era un lugar ajeno ya que nació y vivió sus 10 primeros años de vida en EEUU). Cuando volvió había llegado a un peso muy bajo y tenía signos vitales alterados. Durante los meses que siguieron, nuestro foco estaba en que se recuperara físicamente. Mejoró un poco, era el mes de agosto, pero empezó a empeorar de nuevo en cuanto comenzaron las clases.

Carmen estaba en tratamiento, pero no veíamos claro que estuviera avanzando. Buscamos distintas alternativas y leyendo blogs por un lado y por recomendaciones de conocidos nuestros en la Argentina, llegamos a ITA.

La idea de Hospital de día no nos convencía. Ya habíamos asumido que Carmen tenía anorexia y nos habíamos informado bastante sobre el tema, pero aún no entendíamos bien de qué iba. Decidimos confiar en ITA, aún sin mucho convencimiento. Cuando empezó Carmen estaba cercana al normo peso, pero no sabíamos cómo sostenerlo en el tiempo, ella tenía terror a engordar y sus momentos de llanto y de decir que estaba sola y que no valía la pena el esfuerzo eran casi diarios.

Al principio del tratamiento nuestra preocupación principal seguía girando en torno de la alimentación. Nos costó mucho asumir que tenía una enfermedad mental. Nosotros siempre habíamos estado atentos a sus necesidades, le habíamos dado siempre todo nuestro amor y, además, habíamos vivido siempre en un entorno muy cercano a la psicología con lo cual creíamos que este tipo de cosas no nos podían tomar por sorpresa. En las reuniones de padres casi todas nuestras preguntas y nuestros comentarios estaban relacionadas con la comida, cómo hacer que no rechace tal o cual cosa, las peleas alrededor de la comida. Creo que nos llevó un buen tiempo asumir enteramente que Carmen estaba enferma, y cuando lo entendimos del todo fue muy duro. Era muy poco lo que podíamos hacer nosotros como padres, el trabajo más importante lo tenía que hacer ella, con la ayuda de sus terapeutas y de sus compañeras y compañeros de grupo. Era muy poco y era mucho, porque fue un gran esfuerzo y un gran aprendizaje el poder acompañarla y apoyarla en su camino, pero no intentar solucionarle todos sus problemas una manera que, a pesar de ser con todo el amor del mundo, era omnipotente.

Aguantar y dejarla sufrir y confiar en ella y en el trabajo que estaba haciendo.

Quiero hacer énfasis en la palabra confiar y la entrega que eso implica, porque el camino es muy largo y pasamos por muchos momentos en los que no había respuestas. Hubo momentos de avances y otros de estancamientos, pero teníamos que entregarlo todo para ayudar a Carmen que también lo hiciera. Tuvimos que entender que era ella la que tenía la enfermedad pero que nosotros, cada uno a su manera estaba enganchado en sus mecanismos. No estoy hablando de culpa, sino de responsabilidad, que no es lo mismo. Yo, en particular, tenía mucha confianza en que ella saldría adelante, pero debo admitir que hubo algunos momentos en los que me pregunte: ¿Y si no lo logra?

Para poder acompañar y abrirle el camino a Carmen nos ayudaron las terapias familiares y los grupos de padres. En las terapias familiares aprendimos a escucharnos con atención, aprendimos sobre nuestra forma de relacionarnos. Aprendimos que cada uno es como es y hay cosas que se pueden cambiar, pero hay otras que no, pero que igual somos una familia.

Los grupos de padres fueron fundamentales. Cuando uno tiene una hija, o un hijo con un TCA se choca con mucha frecuencia con un mar de incomprensión. A mí me enfurecían las frases del tipo, es la edad, o son las hormonas, ya se le pasará. Creo que es una de las cosas más difíciles de estos trastornos. Muchas de las manifestaciones aparecen con frecuencia en adolescentes y jóvenes que no están enfermos. Es muy difícil para quien no lo vive de cerca, entender la diferencia entre “cosas de adolescentes” y un TCA. En los grupos de padres encontrábamos la comprensión que no encontrábamos en muchos otros lugares. No éramos un grupo de amigos, pero era un espacio en el que sabíamos que podíamos hablar de nuestra preocupación sin ser juzgados y siendo escuchados con atención, por los otros padres y por Miriam, que era en ese entonces la terapeuta que coordinaba el grupo.

También nos ayudó mucho, escuchar el testimonio de una chica que ya había salido del hospital de día. Por eso, mi marido y yo estamos siempre dispuestos a ofrecer testimonios cuando se necesite. Todas las historias detrás de un TCA son diferentes, pero lo que no es diferente es que todas y todos los que pasan por ello y sus familias pasamos por momentos muy dolorosos, y es fundamental buscar ayuda para salir. El proceso es muy largo y no es una línea recta con una salida clara en el fondo. Hoy Carmen está recuperada. Eso no significa que no tenga ningún tipo de problema o de angustia, pero fue juntando herramientas para enfrentarse a este tipo de momentos. Sabe que nosotros estamos a su lado para apoyarla y que ella tiene la capacidad gestionar su bienestar.

Fabiana.